Una de las máximas de la práctica yogui es: "Pase lo que pase, vuelve siempre a la esterilla". Un mandamiento sólo aparentemente sencillo que esconce una reflexión sobre la vida y la forma de afrontar los retos que se nos presentan en ella mucho más profunda de lo que parece y a la que me gustaría dedicar algunos párrafos.
Empezaré con una pequeña confesión. Siempre he sido una impaciente insufrible: lo he querido todo y todo ya. Esa pasión, esa ansiedad por ser, hacer, ver y tener me ha llevado a destacar y a conquistar muchas metas rápidamente. Y, sin embargo, ahora me doy cuenta, me ha impedido profundizar en los caminos que he emprendido, disfrutarlos (la prisa por llegar, es lo que tiene) y mantener en el tiempo mis propios logros. Porque las personas dominadas por el elemento 'aire', como yo, somos así: volátiles, inquietas, apasionadas, y un poco traidoras. Lo que un mes nos entusiasma, al mes siguiente ya no nos satisface. Nuestra inquietud es nuestra mayor virtud, y nuestra maldición: nada es suficiente, siempre queremos más.
En la sala de Yoga los 'aires' destacan en pocos meses y, en unos pocos más, desaparecen (se han ido a probar otra cosa). Los dominados por el elemento 'tierra', sin embargo, son harina de otro costal: quizás no sean tan talentosos, quizás suden al principio, necesiten ladrillos y armatostes para ejecutar las asanas o tarden meses (y hasta años) en ser capaces de tocar la esterilla con la yema de los dedos. Pero son constantes, como una hormiguita, pacientes y responsables y, al final, prevalecen por encima de todos los demás: no se desgastan nunca.
De ellos he aprendido yo la virtud de la perseverancia, esa suerte de cabezonería 'con cabeza' que nos da la fuerza para trazar un camino y seguirlo hasta el final, pase lo que pase, lleve días, meses o años: sin rodeos, sin sucumbir a la frustración, sin perder el temple, ni la serenidad, despacio, y con buena letra, directos a la meta.
Y es que, pensándolo bien, el aire y la tierra son la combinación perfecta: viento para moverse, para soñar, tierra para no sucumbir ante la fantasía.
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