Kundalini Yoga para imperfectos mortales

Aunque, a veces se nos olvida, somos mortales. Y, a parte de que algún día nos vamos a morir (escalofrío), eso significa que somos torpes, inseguros, volátiles como el aire que da nombre a este blog, y unos insatisfechos crónicos. Una colección de miserias humanas de las que, por supuesto, no queremos ni oír hablar. Así que, cada mañana, nos ponemos guapos e intentamos mostrarle al mundo nuestra mejor cara: ser perfectos, qué digo, ¡ser divinos! (como nuestras divinas fotos de Instagram). Hasta que se nos cae el teatrillo y, sin querer, le enseñamos a alguien un poco de esa humanidad que nos hace tan vulnerables y nos pasamos la tarde lamentándonos de que nos han 'pillado'.



Y es que, convivir con la imperfección, con lo feo, no nos gusta. No lo queremos en nosotros, ni en nada de lo que entre en contacto con nuestro particular 'aire' porque, aunque parezca mentira, se nos 'pega' como el sudor rancio y, ¿a quién le gusta el sudor? (perdóname por ser un poco escatológica, pero me ha parecido una buena metáfora). Y así, a golpe de antitranspirante, le declaramos la guerra a nuestro lado más humano, llenándonos de bloqueos que nos impiden vivir (de verdad). El yoga, del que quiero hablar mucho en este blog, es una herramienta estupenda para aprender a mirar ahí dentro, en nuestras entrañas, con cierta equidistancia. Sí, somos imperfectos mortales. Y está bien. 


Yoga para quererte más (a pesar de ti mismo)

Casi todos los que, alguna vez, deciden descalzarse sobre una esterilla de yoga lo hacen por una razón que, en el 90% de las ocasiones, es una de estas dos: o les duele la espalda o buscan un poco de 'aire' (llámalo 'paz', llámalo 'sentido', llámalo 'x'). 

Cuando yo llegué  a la puerta del estudio de Paz Castro, en la calle Fuencarral, hace un par de años, las tenía todas. Dos años después, tras pasar por los altibajos típicos de la práctica de yoga (desde ese estar 'al borde de la iluminación' de los primeros meses al bajón que siempre viene después, cuando descubres que sigues siendo una pobre 'mortal'), me gustaría compartir contigo mi experiencia como practicante de Kundalini Yoga. Si tú también practicas, me encantaría que me contaras cómo te va abajo, en los comentarios. Y, si no, quién sabe, quizás después de leer este post te animes a hacerlo ; ) 




Esos primeros dos meses terribles.

Recuerdo perfectamente mi primera clase en Studio Kundalini Yoga. La preciosa sala de Paz es pequeña: a penas caben 8 o 10 personas y es difícil esconderse de sus pequeños ojos, que siempre adivinan qué es lo que te pasa por dentro. Con todo, aquel día yo lo intenté y me refugié en la última fila, detrás de los alumnos más avanzados (¿todos?), bien rodeada de mis armatostes -mantas, cuerdas, ladrillos...-. Cuando la clase empezó, lo primero que se me vino a la mente fue que, si mi madre estuviera en aquella habitación, pensaría que aquello era "una cosa muy rara" (como poco). A mi alrededor, con las manos en el gesto de oración, todos vibraban complejos sonidos que, a mis catetos oídos, sonaban a chino mandarín (después supe que aquellos cánticos no eran otra cosa que mantras -cadenas de sonidos repetitivas pensadas para estimular un estado meditativo- en sánscrito). Algunos (o, más bien, algunas, ya que la mayoría eran chicas jóvenes) vestían de blanco y, las menos, tapaban su pelo con un turbante. 

Aquella primera clase fue una experiencia extravagante y extraña. Y las que siguieron fueron -o a mi me lo parecieron- algo así como las '12 pruebas de Hércules', con la diferencia de que yo, por supuesto, no era Hércules. Mis movimientos eran torpes, mi respiración pesada y mi espalda y cuello gruñían ('crunch', 'crunch') cada vez que los ejercitaba. A mi lado, el resto de alumnas eran como elegantes cisnes: yo hacía gimnasia (mal), ellas fluían en una especie de estado místico, o eso me parecía a mi. Pero lo peor, lo peor era esa postura que maldije mil veces (y hoy es una de mis favoritas): la vela. Esta famosísima invertida -el cuerpo se apoya sobre los codos, firme, hacia el cielo- me hacía desesperar: jadeaba como un perro y las piernas me temblaban como la gelatina. Un horror que, como todo, también pasó. Y entonces llegué, al fin a una nueva y maravillosa fase en mi práctica.




Esos otros meses en lo que crees que has descubierto la 'iluminación'

Dos o tres meses después de empezar a practicar con Paz (el cambio llega antes o después, dependiendo de la intensidad de tu práctica) los efectos del yoga empiezan a ser más que palpables y (lo mejor) te los llevas a la calle, a tu día a día. En esta segunda fase es una gozada. En mi caso, supe que había llegado cuando por fin empecé a disfrutar con la famosa 'vela'. En clase, ahora yo era también un cisne. Después de mucho practicar (yo lo hacía también en casa) las asanas, simplemente, surgían. Nunca he bailado profesionalmente, pero me imagino que la sensación debe ser parecida a la de interpretar una coreografía que has practicado hasta la saciedad: las primeras veces los movimientos son forzados y hieráticos pero, con el tiempo, salen del corazón. 

Duró algo más de medio año y fue memorable: me sentía deslumbrante, viva y -lo más importante- inmensamente relajada y conectada con todo y con todos. Hasta que algo cambió, como siempre: c'est la vie!


Las dichosas recaídas

Si hay algo más frustrante que esos primeros meses de práctica es perder el terreno que ya habías conquistado, volver sobre tus propios pasos. La constancia es fundamental en yoga. Si no te llevas la práctica a tu vida diaria, si no eres fiel a tus rutinas, la magia se va tan rápido como vino. Y, ¿quién puede mantener una rutina exigente en una ciudad como Madrid? Trabajo, pareja, más trabajo, amigos y proyectos compiten por tus minutos y acabas por claudicar. Empiezas con frases del tipo de "bueno, ya iré a clase la semana que viene", "ya meditaré otro día el doble de horas"... Y acabas recayendo en los 'vicios' que un día te llevaron a descalzarte sobre la esterilla por primera vez. Y llega el bajón. Y, lo más duro, el escepticismo y las dudas -"¿será que esto no me sirve? ¿debería probar otra cosa?". Cuando las recaídas son pequeñas -un mes o mes y medio de desconexión, por ejemplo- se recuperan con facilidad. Pero cuando son largas, suelen dar paso a un momento crucial en que algunos (muchos) tiran la toalla. 


La vuelta a empezar

Yo no tiré al toalla. Volví a la esterilla, con el ego tocado y el rabo entre las piernas, dispuesta a asumir que para volver a ser un 'cisne' iba a tener que trabajar mucho (otra vez) pero con la convicción de que, pasara lo que pasase, no dejaría de descalzarme cada uno de mis días. Y es que, en el yoga, como en la vida, no existen los milagros y la evolución se produce de forma acumulativa, no lineal (o, dicho en otras palabras: que un día seas capaz de correr 10km no quiere decir que al siguiente puedas correr 11. Pero si sigues entrenando, tal vez un día puedas correr 20 o 30).

¿Y tú? ¿Has practicado yoga? ¿Cómo empezaste? ¿Cómo fueron tus primeras clases? ¿Y tu evolución? ¿Qué te ha costado más? Si compartieras tu experiencia conmigo, sería fantástico.

Y con esto me despido, hasta el domingo que viene . ¡Sat nam!

PD: Quiero aprovechar esta entrada para darle las gracias a Paz por haber estado conmigo siempre, en las buenas y en las malas. Ella es una yoguini extraordinaria y recomiendo a todos los que lleguéis aquí que os unáis a sus fantásticas clases. No os arrepentiréis : )





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DEFINICIÓN DE 'AIRE'

Dícese de ese fluido, misteriosos e invisible, compuesto por oxigeno, nitrógeno, entre otros, que nos insufla la vida en cada inhalación. No se ve, pero se siente: a veces caricia, como esa brisa suave de los primeros días del otoño, y a veces cuchilla, como ese viento gélido y cortante del invierno; a veces liberador, como una bocanada junto al mar, y a veces opresor, como agosto en Madrid.

SOBRE MI

Un día cualquiera, el espejo te devuelve la mirada de una chica cansada, con cara de malas pulgas y los ojos apagados. Y ese día, sabes que tienes que cambiar algo. Me llamo Susana y en este blog quiero compartir contigo mi particular búsqueda de la felicidad. ¿Una pista? Me van el Yoga, las reflexiones sobre lo divino y lo humano y las cosas bonitas. ¿Me acompañas?